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3 poetisas de culto para leer en invierno

El frío es un escenario ideal para detener la maquinaria y suspender los ecos del narcisismo; dejar ir en un suspiro toda la exigencia de exhibición a la que nos sometió el yoismo durante el verano; quizá para hacer lugar a la reflexión en un rincón de ciudad o en las aguas conocidas de una nostalgia que retorna cada tanto. Cuando llega el invierno la cavilación existencial puede recrudecerse, junto a las hojas secas como preludio de otoño.

Hoy, elegimos tres poetas con un estilo que resuena desde monumentos líricos, a veces solemnes y otras herméticos, que arrojan simbologías que se corresponden con los tiempos invernales grávidos. Este impacto se logra tanto por el uso de imágenes y metáforas lúgubres como por pasajes hiperbólicos que erogan una fuerte entrega sentimental, para disipar levedades y acercar absolutos.

Dolores Veintimilla

La poeta ecuatoriana Dolores Veintimilla es muy poco estudiada y difundida en países como Argentina. Nacida en 1828, escribió su obra hasta consumar su suicidio en 1857, poniendo así el punto final a sus escasos 27 años. La mayor parte de sus textos fueron quemados por la misma autora y algunos poemas que sobrevivieron fueron incluidos en escasas antologías. Sin dudas, su poesía y su vida tan en espejo a sus versos le otorgan un atrayente misticismo.

La poesía de Veintimilla posee rasgos inaugurales del romanticismo más clásico. En sus textos leemos la exaltación de sentimientos producto del amor y la devastación subjetiva desencadenada por la opresión de instituciones como el machismo de época o la pena de muerte funcionaron como desencadenantes de su estética melancólica y tenebrosa.

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Dolores Ventimilla

Litografía de Dolores Ventimilla.

También aparecen los constantes anhelos de otros tiempos y espacios tan característicos del perfil romántico errante y de contracorriente, que seduce con ansias de evasión, para proponer en el poema imágenes de submundos. Así, junto a un ritmo sólido de rimas consonantes asistimos a un artefacto que amalgama imágenes visuales, ideologías y musicalidad de una manera novedosa para aquella época, como podemos leer en “Aspiración“.

A diferencia de otras poetas conocidas del romanticismo europeo, que más bien son figuras recluidas, de una poética de alcoba, como la de Emily Dickinson, si algo caracteriza a Dolores Veintimilla es una pulsión que desborda al exterior en busca del objeto de su poesía. Así, ese imaginario popular de “candor latino” se dinamita en gélidas imágenes del desamor y pasión anhelante, que en algunos pasajes son más explícitas y menos crípticas, como en “A mis enemigos“.

Esa pasión con la que le canta a sus enemigos es tratada desde valías extremas, con gravedad y peso aniquilante. La monocordia de su voz funciona a través de un romanticismo efervescente y descarnado y no deja en el poema lugar para un punto de fuga que detenga y oxigene la maquinaria del sentimiento lacerante.

Para una mayor alquimia de sentidos, recomendamos acompañar la lectura de Dolores Veintimilla con el disco Månens Hav de la artista sueca Vargkvint.

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Delmira Agustini

La poeta uruguaya Delmira Agustini, también atribulada de pasiones amorosas, nació en 1886 y fue asesinada por su ex esposo en 1914. Si bien muchos de sus poemas conservan ciertos ecos del romanticismo decimonónico, Agustini tuvo la influencia de otro contexto estético distinto al de Ventimilla, el cual podríamos pensar como un interludio entre dos siglos que preparaban la irrupción de las vanguardias a comienzos del siglo XX. Una de esas corrientes de influencia por aquellos tiempos fue el simbolismo.

En la poesía, el uso de metáforas más inusitadas que las que trazaban los poetas románticos fue producto de la expansión de este movimiento a finales del siglo XIX, y que vanguardias como el surrealismo amplificaría con mayor distorsión del símbolo. La metáfora simbolista tan cultivada en poetas franceses como Arthur Rimbaud tenía una ética: el signo oculta una verdad insondable y sólo el poeta puede intuirla.

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Delmira Agustini

Delmira Agustini.

Sin dudas, la frescura de algunos símbolos en Agustini nos hacen pensar en una poesía más moderna que la de Veintimilla, lo que genera el uso de materias que producen un desconcierto en la lectura, pero también un mayor protagonismo en una lectura capaz de extraer más de una significación. Un ejemplo lo encontramos en el poema “Boca a boca“, que es “una celebración” de la nostalgia como un goce embaucador y sensual. El sentimiento es ambivalente: mortuorio, abismal, silencioso y placentero a la vez, como un “cáncer rosa”.

Esta poesía que se distancia del romanticismo más puro, comienza a experimentar una escritura desde algunas antinomias, porque el símbolo funciona como entrevisión condensada, en una fugaz hendidura de vidente que puede reunir contrarios y epifanías. Así, propone sentidos en donde la poesía se vuelve más inaprensible, más visual, menos precisa y más enigmática; pero en ese juego de espejismos los lectores diversifican la imaginación. De la misma manera, el amor es tratado desde sentimientos con matices, menos diáfanos y sofocantes que los de Veintimilla. El desamor es sombra y luz, levedad y gravedad; un recuerdo apaciguado y lejano, como aparece en “Con tu retrato“.

Para transitar este “bosque de símbolos”, recomendamos acompañar la lectura de Agustini con el álbum Immersed Sensibilities de la compositora polaca Antonina Car.

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Joyce Mansour

Joyce Mansour fue una poeta inmersa en la tradición de las vanguardias del siglo XX. Aunque de origen egipcio, Mansour desarrolló su obra poética dentro del grupo surrealista francés. Sin embargo, a diferencia de sus colegas como André Bretón, Salvador Dalí o René Char que cultivaban un surrealismo más humorístico, poemas suyos como “Desgarraduras” utilizan la vanguardia para crear visuales oníricas de belleza nocturna.

En un contexto de mayor liberación sexual, el amor y la sensualidad se viven desde una corporalidad distorsionada. Se dejan atrás las formas pulcras que el romanticismo inyectó al discurso amoroso, y aparecen significantes impensados como poéticos en otros tiempos: pelos, hormigas subiendo por las piernas y el cuerpo como un pulpo sin discernimiento que engulle el cuerpo amado; o una historia de la sexualidad primigenia en un escenario gélido y pulsional.

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Joyce Mansour
Joyce Mansour. Foto: Marion Kalter.
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Mansour, fiel a su pulso surrealista, tomó signos sagrados del romanticismo, pero para profanarlos. La luna ya no es una inspiración para cantos amorosos o un cobijo para la soledad creativa de poetas como Giacomo Leopardi. Mansour subvierte el signo, como Oliverio Girondo que confunde a la luna con una esfera de reloj público. La luna así ya no es emblema cándido que custodia a enamorados, sino un astro inerte que desde sus “boberías” nos congela, nos enloquece.

Las instituciones que trajo el mundo tecnocrático y capitalista impusieron un orden a las ciudades; una manera de concebir el tiempo y el espacio. Las vanguardias combatían ese realismo. “Mercaderes de arena”, “vellos eléctricos” codifican rutinas de ciudades: el crecimiento del cuerpo que suprime inocencias y marchita ideales; el comercio; las ceremonias vaciadas de sentidos.

Para musicalizar la lectura de Mansour, recomendamos los pasajes tenebrosos intervenidos con psicodelia del disco Ghosts de la compositora polaca Hania Rani.

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