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El terror es uno de los mejores vehículos para narrar las atrocidades del mundo actual. Esto no es una novedad para el cine, pero en otras épocas este rol fue para la ciencia ficción. De hecho, en décadas pasadas, el terror se dedicó más bien al entretenimiento puro y duro. En los últimos 10 años, el cine de género volvió a tomar la posta de ser espejo de las sociedades y de echarnos en cara nuestras propias miserias. La sustancia, film que se puede ver en el cine, es un ejemplo.
La sustancia es la segunda película de la directora francesa Coralie Fargeat y está protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley. Es el film que viene dando que hablar desde su estreno en Cannes y, al llegar a las salas comerciales, entró en la categoría de esa “película fenómeno” que despierta curiosidad porque hace desmayar a los espectadores, vomitar o dejar la sala. Más allá del sensacionalismo, La sustancia es una película que versa sobre nuestros tiempos.
La historia presenta a una diva de Hollywood en decadencia. El día que cumple 50 años, la mujer es despedida de su programa televisivo en el que hace rutinas de ejercicios y decide someterse a un extraño tratamiento que promete “sacar su mejor versión”. Como es de esperar, esta es una pésima decisión que tendrá consecuencias imparables y sumamente asquerosas.
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Con el estreno, la expresión body horror (o terror corporal) comenzó a circular, ya que es una pieza que revaloriza este subgénero emparentado al cine de David Cronenberg. Este director influenció a muchos realizadores, incluida a Julia Ducournau y la reciente Titane. En La sustancia, el vehículo del body horror tiene sentido porque el cuerpo es el protagonista: la degradación/regeneración, la vejez/juventud, la belleza/monstruosidad y una mercancía para ganar dinero.
La violencia con la que la(s) protagonista trata a su cuerpo puede parecer exagerada. Sin embargo, y como es una película dirigida por una mujer, para nosotras no parece tan inverosímil. Los personajes se inyectan sin parar y entran en la paradoja de enaltecer su cuerpo, pero llevándolo a la más miserable degradación. La juventud es efímera, pero la protagonista decide que revertirá esta ley natural a cualquier costo -una premisa muy propia de nuestros tiempos-.
En la vida real nos encontramos con anuncios que se presentan amables, límpidos y armónicos -en general asociando belleza a salud- mientras nos venden cientos de elixires de juventud eterna. La sustancia tiene la valentía de mostrar el lado b: el asco, la podredumbre, lo que se oculta debajo del maquillaje, las reacciones físicas y el resultado monstruoso.
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En este film también se pone en funcionamiento el concepto de Doppelgänger para desarrollar una trama que se divide en dos personajes que en realidad son el mismo. El recurso de una puerta que oculta al monstruo es clave para esto, así como la idea de una parte que es la que se muestra y se exhibe frente a los reflectores y otra que queda enclaustrada en la oscuridad sosteniendo la bella ficción.
La película está repleta de referencias y homenajes al cine, siendo que estamos en la era definitiva de los easter eggs y la intertextualidad. El resplandor y sus pasillos tenebrosos y el baño de sangre de Carrie son algunas referencias que ayudan a crear una zona conocida para el espectador y sumar el film a una genealogía.
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Otro aspecto para resaltar es la actuación de Dennis Quaid, quien es presentado mediante planos incómodos como la crítica al sistema patriarcal, al hombre que exige la belleza que él no se ocupa de tener. Él no tiene escrúpulos para exprimir el cuerpo de las mujeres como máquinas de hacer dinero que se vuelven rápidamente desechables.
La sustancia es una película testigo de nuestro tiempo, tal vez algo obvia en sus simbologías pero no por ello menos efectiva. Combina belleza estética con gore, se inscribe dentro de una tradición del cine y ciertamente no pasa desapercibida. Entre el tono cruento que tiene casi toda la historia, el film también se permite el humor hacia el final mediante el grotesco y entrega una pieza que cumple su cometido con creces.
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